martes, noviembre 28, 2006

Triunfo


(A Incorrecto. Él sabe por qué.)

Gracias al El País, me he enterado de que, con la colaboración de la Universidad de Salamanca, está disponible en la red (www.triunfodigital.com) todo el archivo de Triunfo. Movido por el mismo congénito, automático resorte que lleva a Davis a levantarse sobre sus minúsculas patas cuando nos ve comiendo, he ido de inmediato a la dirección. Y ahí estaba todo. Más de una década (nada prodigiosa) de mi vida, en las portadas digitalizadas de la revista. Todos los artículos a mi disposición: Haro, Alonso de los Ríos, Vázquez Montalbán-Sixto Cámara, Galán, Miret Magdalena…
Conocí Triunfo cuando estaba en quinto de bachillerato (año de gracia de 1970), gracias a un colegio y unos profesores liberales y moderadamente rojos que, aunque de la misma orden Marianista, nunca practicaron con nosotros el “nacional-catoliciamo” que sostiene haber sufrido en el Pilar el quejica Luis Antonio de Villena. Solíamos comentar, en clase de religión, algún artículo de Miret Magdalena; nos hacían leer con avidez todo lo que hiciera referencia a la Universidad española, a sus problemas, a su futuro. Recuerdo, incluso, alguna interesante discusión, casi un artículo-fórum, cuando el Concordato estaba a punto de firmarse. Durante años, tuve pegada con chinchetas en una de las paredes de mi habitación la portada con la foto del Che, ya muerto y autopsiado (basta con ver los costurones del cuello). Cuando llegué al Colegio Mayor Loyola, leer Triunfo era, casi, una obligación: uno de los mandamientos del progre perfecto. Como las películas de Bergman o Rohmer, las visitas a la librería Antonio Machado (o a la Francis Maspero, si ibas a París), las canciones de Víctor Jara y/o Quilapayún, las –siempre escasas por falta de monetario– cervezas en La Luna o el hábil manejo de la vietnamita. Tiempo y costumbres; educación sentimental; exámenes cuatrimestrales y Neogynona; Centramina y Cine Azul. Uno de los jueves que me tocaba, recuerdo perfectamente haber comprado el número de Triunfo con esa portada del porta-aviones yanki con sus A4 Skyhawk y sus F-8 Crusader. Mi amigo Jaime, natural de Cartagena e hijo de un marino de alta graduación (todo un orujo recién destilado), me llevó hasta el quiosco habitual de Cuatro Caminos en su vespino naranja. Los aviones, a pesar de su denostado propietario (“¿Y estos aviones, quién los usa?... USA, USA, USA… ¡Coño, eco!”), nos parecieron hermosos. Hasta modernos en sus decoraciones. Luego, con los años, he construído ambos en maquetas de plástico a escala 1/72. Tengo todos los aviones que la Navy ha llevado en sus barcos desde la segunda guerra mundial. Pero mi interés por ellos, y mis primeras compras en Gorostiola, calle Princesa, surgen de esa portada.