Paolo Futre
(Para Bremaneur, que, viendo jugar a Futre, creyó que hay un Dios y se llama Paolo.)
Los periodistas deportivos clásicos eran, de todos es sabido, proclives a los calificativos zoológicos para designar a grandes futbolistas caracterizados por su velocidad: Piru Gainza, “El gamo de Dublín”; Joaquín Peiró, “El galgo del Metropolitano” o Eusebio Ferreira da Silva, “La Pantera negra” son sólo algunos ejemplos. Más recientemente, la luego desvirtuada “Quinta” del Buitre, por la “quinta marcha” que entonces empezaba a aparecer en los automóviles de serie, coronó, más aún si cabe, a su creador, Julio César Iglesias. Nadie, sin embargo, se atrevió a calificar a Paolo Futre. Nadie osó plasmar la poesía triste de sus arrancadas, el ritmo casi de endecasílabo anapéstico –por lo perfecto, largo, pautado y musical– de sus internadas, la pitagórica precisión de sus centros al área, tantas veces, ¡ay!, desaprovechados por los Manolos de turno. Sería tópico escribir que Paolo, clásicamente bellísimo como el inicio de un poema de Pessoa, tenía, sin embargo, en sus ojos la tristeza de un fado: tópico, fácil y obvio. No: Paolo arrastraba la melancolía de lo inútil, la ajada irritación de lo fatuo. Tantos y tantos fueron los magníficos balones que nadie remató, los milimétricos pases que ningún compañero acertó a prolongar que, cada uno de ellos, significó una lágrima más en el pañuelo, una nueva muesca en sus cachas de brillante músculo, otro agujerito en su depresiva faz, que él disimulaba con una larga melena oscura y abrumada como la atlántica latinidad portuguesa.
Sólo una vez vi jugar a Paolo Futre en vivo. Fue un treinta de marzo de 1991, Domingo de Resurrección, en el Camp Nou. Aunque el resultado final fue empate a uno y no salimos mal parados, nuestro lugar en el campo era el peor que imaginarse pueda: de pie, exactamente detrás de una portería y a cinco metros del césped; cualquier jugada que transcurriera más allá de los límites de nuestra área de castigo, resultaba prácticamente invisible. En la primera parte, el Atleti atacó contra dicha portería. Lo de “atacar”, en este caso, es una pura licencia poética porque el equipo que Tomislav Ivic puso sobre el césped presentaba ¡seis! defensas puros (Tomás Reñones, Pachi Ferreira, Solozábal, Juanito, Juan Carlos y Toni), amén de un medio defensivo (Vizcaíno). Sin embargo, antes del primer cuarto de hora, Paolo ya había dejado atrás unas pocas veces al rapidísimo Ferrer, el excelente lateral del Barça que acabó jugando en el ramplón Chelsea de los tiempos ante-Abramowitz. Hacia el minuto treinta, y a cinco metros del banderín de córner, el musculoso defensa no aguantó más: esperó la carrera de Paolo y, cuando éste hizo su regate favorito, pivotando sobre su pierna izquierda para acabar rolando hacia adentro, le metió la bota a la altura del gemelo. Futre se rompió y fue inmediatamente sustituido por Alfredo Santa Elena. Ferrer se ganó la amarilla, pero nosotros nos quedamos sin banda izquierda durante los casi dos meses que duró la lesión: en efecto, Futre reapareció, durante sólo treinta y seis minutos, el 19 de mayo siguiente contra el Logroñés en el Manzanares. Ganamos 3 a 1.
Los periodistas deportivos clásicos eran, de todos es sabido, proclives a los calificativos zoológicos para designar a grandes futbolistas caracterizados por su velocidad: Piru Gainza, “El gamo de Dublín”; Joaquín Peiró, “El galgo del Metropolitano” o Eusebio Ferreira da Silva, “La Pantera negra” son sólo algunos ejemplos. Más recientemente, la luego desvirtuada “Quinta” del Buitre, por la “quinta marcha” que entonces empezaba a aparecer en los automóviles de serie, coronó, más aún si cabe, a su creador, Julio César Iglesias. Nadie, sin embargo, se atrevió a calificar a Paolo Futre. Nadie osó plasmar la poesía triste de sus arrancadas, el ritmo casi de endecasílabo anapéstico –por lo perfecto, largo, pautado y musical– de sus internadas, la pitagórica precisión de sus centros al área, tantas veces, ¡ay!, desaprovechados por los Manolos de turno. Sería tópico escribir que Paolo, clásicamente bellísimo como el inicio de un poema de Pessoa, tenía, sin embargo, en sus ojos la tristeza de un fado: tópico, fácil y obvio. No: Paolo arrastraba la melancolía de lo inútil, la ajada irritación de lo fatuo. Tantos y tantos fueron los magníficos balones que nadie remató, los milimétricos pases que ningún compañero acertó a prolongar que, cada uno de ellos, significó una lágrima más en el pañuelo, una nueva muesca en sus cachas de brillante músculo, otro agujerito en su depresiva faz, que él disimulaba con una larga melena oscura y abrumada como la atlántica latinidad portuguesa.
Sólo una vez vi jugar a Paolo Futre en vivo. Fue un treinta de marzo de 1991, Domingo de Resurrección, en el Camp Nou. Aunque el resultado final fue empate a uno y no salimos mal parados, nuestro lugar en el campo era el peor que imaginarse pueda: de pie, exactamente detrás de una portería y a cinco metros del césped; cualquier jugada que transcurriera más allá de los límites de nuestra área de castigo, resultaba prácticamente invisible. En la primera parte, el Atleti atacó contra dicha portería. Lo de “atacar”, en este caso, es una pura licencia poética porque el equipo que Tomislav Ivic puso sobre el césped presentaba ¡seis! defensas puros (Tomás Reñones, Pachi Ferreira, Solozábal, Juanito, Juan Carlos y Toni), amén de un medio defensivo (Vizcaíno). Sin embargo, antes del primer cuarto de hora, Paolo ya había dejado atrás unas pocas veces al rapidísimo Ferrer, el excelente lateral del Barça que acabó jugando en el ramplón Chelsea de los tiempos ante-Abramowitz. Hacia el minuto treinta, y a cinco metros del banderín de córner, el musculoso defensa no aguantó más: esperó la carrera de Paolo y, cuando éste hizo su regate favorito, pivotando sobre su pierna izquierda para acabar rolando hacia adentro, le metió la bota a la altura del gemelo. Futre se rompió y fue inmediatamente sustituido por Alfredo Santa Elena. Ferrer se ganó la amarilla, pero nosotros nos quedamos sin banda izquierda durante los casi dos meses que duró la lesión: en efecto, Futre reapareció, durante sólo treinta y seis minutos, el 19 de mayo siguiente contra el Logroñés en el Manzanares. Ganamos 3 a 1.
24 Comments:
Querido Pa, escribe usted de miedo. Si la memoria no me falla, que es muy posible, también yo estuve en ese partido, no muy lejos de donde usted estaba. Curioso, daba por seguro que quien lesionó a Dios fue Koeman, aquel holandés con cara de gorrino capao.
Mil gracias por todo, Pa.
De miedo, no. ¡De gloria!.
Me ha encantado el relato.
(algún día le contaré, vía "privado", unos chismecillos sobre Futre and company).
Besos y abrazos.
Oiga, oiga, lo de Futre, como lo de Dios, es de dominio público. ¡Queremos saber!
Eso, amiga: los comentarios (aún los más rosáceos), aquí: que los leamos tós los amiguetes.
(Y, aluego, un coti-fórum.)
Messi: un jugador más que importante. Seguro que las rayas canallas de los colchones le sentaban bien.
(Como buen argentino fino.)
Cual Paola enamorada
leo su maravillosa añoranza
y le grito al verdugo Ferrer:
No le metas el empeine
que estoy enamorado
y me gusta despeinado.
Pero la carne es débil
y anoche soñé a escondidas
con Messi a rayas rojiblancas...
...y donde Paola enamorada
debí decir Francesca arrodillada
y el cual y cual se queda tal cual
pues gracias al tal y cual
vimos a un Futre sin igual.
como le gustaba , y le gusta, la coca a paulo!
"Salsa Rojiblanca".
Señores, señores, un poco de paciencia. Se me ha ido la lengua y después me he dado cuenta de dos cosas:
1.- Tengo que refrescar la memoria para no inventarme cosas (ya saben, los años pasan y la memoria flaquea).
2.- Tengo que pedir permiso al amigo que me contó (y vivió con ellos) esos "cotilleos".
(Perdón por la precipitación. Sé que ahora les dejo con la intriga. Aunque tampoco esperen un escándalo mundial, eh?)
Querido Brema: mi mujer, que estuvo también en el partido, al leer su post ha dicho: "Pues también creo yo que fue Koeman..." Y, dado que me fio más de ella y de usted que de mi memoria, me he ido a los e-archivos. El autor de la tramenda falta, tuvo -eso lo recordamos nítidamente los dos- tarjeta amarilla mientras sacaban a Paolo del campo, casi a nuestro lado. Bien, pues en ese partido recibieron tarjeta por el Barça sólo Ferrer, Goico y Baquero. Cabe suponer que el del entradón fue el defensa (digo yo).
(Aunque con esto del fúmbol total, nunca se sabe...)
D. Prota cada día me gustan más sus carreras. ¿Brema es colchonero? ¿Indio de la ribera del Manzanares?
Con tanta burrica, bota de vino y joticas pensé en un maño rebruto.
Las cosas que nunca he sabido.
Lo que no me gustaba de Futre era que no fuera jugador del Barça.
De lo mejor que he visto en mi vida en un campo de fútbol.
Pues a lo mejor fue otro partido. Yo he visto dos en el Campo Nuevo. Uno en el que ganó el Barsa (¿5-1?) después de que Andújar Oliver se cagara en los calzones y no pitara un penalti clarísimo de Zubizarreta sobre Pirri (que le hubiese valido la expulsión al portero), y que hubiese supuesto el 0-2, o el 1-2 (¡ay, esta cabeza!), y un 1-1, donde jugó Futre y quedó lesionado por, creo, Ronaldo Koeman, el cochinillo hervido.
¿Pirri llegó a jugar con Futre? Si es así, lo vi en los dos partidos. La inutilidad (Hasselbaink, Futre y Pantic -con cuatro goles al barsa en un partido que perdió) puede dar lugar a relatos mítico-épicos de calado universal.
Sí, soy del Aleti, me gustaron siempre los perdedores con dos cojones.
Pudo ser un partido de Copa, de los que carezco de datos. Sólo volvimos a empatar 1-1 en la 92-93, pero no jugó Paolo. El resultado del partido que menciona, donde jugó Pirri pero no Futre, fue 5-3 (93/94). El más que memorable partido con los 4 de Pantic, fue igualmente en la Copa del Rey: yo lo sufrí en silencio.
(O sea, en la tele.)
Pobre Atleti, desactivado por la creencia estéril de la melancolía impostora. Y ustedes lo secundan, con esa falsa épica de los perdedores que cuentan siempre la misma historia: "chico pierde chica, chico busca recuperar chica". Lo de siempre. No se enteran. Les han contado el cuento del Pupas y se lo han creído. ¿y ustedes son del Atleti? Ustedes en realidad son del Atleti que más le interesa al madridismo. Son el resultado de una milonga. Una mala novela escrita por un madridista. Y lo peor es que se la han creído. Pobre Atleti, en manos de que tropa ha caído. AMUNT VALENCIA
Nosotros no buscamos recuperar a la chica. Que le den por culo a la chica.
Pa, es usted un erudito. Pues vi un 1-1 en un partido de Liga, con Futre. Cuando le lesionaron. Pues sería Ferrer. ¿Sabe la fecha exacta?
Amigo Rafa: "chico pierde chica, chico busca recuperar chica" no es melancolía sino, en todo caso, cuernos irredentos. La melancolía atlética radica en que NUNCA tuvimos chica y, por lo tanto, nunca la perdimos. ¡Ojalá hubiáramos perdido algo que alguna vez fue nuestro! Nunca hemos tenido nada: de ahí la melancolía.
(Pero somos cualquier cosa, menos llorones, ¿einnnn?)
Querido Brema: somos los tempraneros del blog. Y a los dos se nos ha ocurrido la misma respuesta para Rafa. La magia.
(El partido, ahí lo pone, fue el 30 de marzo de 1991, domingo.)
((De Resurección, para más señas.))
Tal es el madrugón que todavía no me he quitado las legañas. Por eso no me había fijado en la fecha. Voy a tomarme un sol y sombra, a ver si espabilo.
En El país no dice quién le lesionó.
Selma ¡queremos saber!
Ese es el error. Pensar que no tuvieron chica. Claro que la tuvieron. El Atleti es un grande venido a menos. No me vayan ahora de modestos orgullosos.
Por otro lado, no me doy aludido por lo de llorones. Ese es el estereotipo que la prensa madridista ha intentado poner en danza para desactivar este periodo glorioso del VCF. La diferencia es que ustedes, los atléticos, babean con los tópicos que los degradan a comparsa melancólica y aquí en Valencia, con los tópicos de la carcundia facha, nos hacemos un arroz al horno mirando al mar.
Salud y no se dejen engañar.
No, no, Rafa: lo de llorones no iba por el Valencia C.F. que, además, es el equipo de mi tío Momo. Simplemente, constato que en el Atleti no hemos sido nunca llorones.
(Sólo que el Vicente Calderón está en la Avenida de los Melancólicos.)
((Y no es cachondeo.))
Soy atlético desde que estaba en los huevos de mi padre y siempre he odiado a los atléticos que hacen suya la propaganda madridista del "sufrimiento y del pupas". Mejor morir de pie que vivir de rodillas.
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