Esos locos bajitos
(A Melò, que acaba de ser padre por segunda vez y está fosfatínicamente feliz.)
Al nacer, un hijo es un folio en blanco, un lienzo inmaculado de medidas desconocidas y textura por definir. Pero cuesta trabajo aceptar, asumir, afirmar que, en ningún caso, es nuestro folio, nuestro lienzo. Un hijo es, además, un reloj sin agujas; cuando éstas aparezcan marcarán, claro está, sus horas, una tras otra, pero también las nuestras. Irremisiblemente, por ese albur ingobernable, intangible que es el tiempo, tendremos la certera sensación de que cada una de las suyas es, al menos, dos de las nuestras. Empezará así una absurda carrera donde él acelerará firmemente hacia la vida mientras nosotros nos deslizamos, sin hacer caso a curvas, badenes o cruces sin visibilidad, camino de la muerte. Uno adquiere el conocimiento de su propia finitud cuando, por azar, por necesidad o por ambas cosas, genera su propio producto. Seamos o no conscientes de ello, el operador “creación de fotones” actúa siempre irremisiblemente acompañado de su conjugado “aniquilación de fotones”. Sólo de tal simétrica forma puede cumplirse el Primer Principio. Los hijos, así, vienen a decirnos –amable, satisfactoria y cariñosamente– que estamos de sobra, que el mundo es, ahora, suyo, que su lienzo va a ser trabajado con unos materiales que creíamos de nuestra propiedad.
Los hijos tienen, además, otra consecuencia trascendente: nos hacen captar (más vale tarde que nunca) el desdibujado guión de nuestra vida, empezando por situar en su plano, en su secuencia correspondiente, a la figura de nuestros padres. El sinsentido vital tiene, sin embargo, mágicas consecuencias: ignoro si alguien sin hijos es capaz de comprender, de explicar en profundidad la presencia paterna; yo sólo fui capaz de entender globalmente a mis padres cuando me fue dado tener hijos. Por fortuna, pero ello no siempre es así, por fortuna, digo, ellos todavía estaban aquí. Y me resultó igual de grato contemplar a mis hijos como aprehender, por fin, a mis padres: solidaridad de clase, debe de llamarse esa experiencia.
Esos Locos Bajitos
A menudo los hijos se nos parecen,
así nos dan la primera satisfacción;
esos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, dicen que hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.
Al nacer, un hijo es un folio en blanco, un lienzo inmaculado de medidas desconocidas y textura por definir. Pero cuesta trabajo aceptar, asumir, afirmar que, en ningún caso, es nuestro folio, nuestro lienzo. Un hijo es, además, un reloj sin agujas; cuando éstas aparezcan marcarán, claro está, sus horas, una tras otra, pero también las nuestras. Irremisiblemente, por ese albur ingobernable, intangible que es el tiempo, tendremos la certera sensación de que cada una de las suyas es, al menos, dos de las nuestras. Empezará así una absurda carrera donde él acelerará firmemente hacia la vida mientras nosotros nos deslizamos, sin hacer caso a curvas, badenes o cruces sin visibilidad, camino de la muerte. Uno adquiere el conocimiento de su propia finitud cuando, por azar, por necesidad o por ambas cosas, genera su propio producto. Seamos o no conscientes de ello, el operador “creación de fotones” actúa siempre irremisiblemente acompañado de su conjugado “aniquilación de fotones”. Sólo de tal simétrica forma puede cumplirse el Primer Principio. Los hijos, así, vienen a decirnos –amable, satisfactoria y cariñosamente– que estamos de sobra, que el mundo es, ahora, suyo, que su lienzo va a ser trabajado con unos materiales que creíamos de nuestra propiedad.
Los hijos tienen, además, otra consecuencia trascendente: nos hacen captar (más vale tarde que nunca) el desdibujado guión de nuestra vida, empezando por situar en su plano, en su secuencia correspondiente, a la figura de nuestros padres. El sinsentido vital tiene, sin embargo, mágicas consecuencias: ignoro si alguien sin hijos es capaz de comprender, de explicar en profundidad la presencia paterna; yo sólo fui capaz de entender globalmente a mis padres cuando me fue dado tener hijos. Por fortuna, pero ello no siempre es así, por fortuna, digo, ellos todavía estaban aquí. Y me resultó igual de grato contemplar a mis hijos como aprehender, por fin, a mis padres: solidaridad de clase, debe de llamarse esa experiencia.
Esos Locos Bajitos
A menudo los hijos se nos parecen,
así nos dan la primera satisfacción;
esos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, dicen que hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.
21 Comments:
Es un pecador de la castilla-mancha, Pa.
Ud. no tiene hijos, tiene dos preciosidades por las que se le cae la baba. Así, sí.
(Posee bastantes papeletas de la tómbola de la felicidad, amigo)Un abrazo.
Qué bien lo ha explicado usted.
¡No deja lugar a añadir algo! ¿Qué digo yo ahora?.
Que qué ricuras (las nenas, claro).
Que joven es usted Don Protactínio, yo no puedo poner la foto de mis niños porque ya no caben en la foto.
Querido Marqués: las que son jóvenes son mis hijas. Yo, como usted bien sabe, soy de su quinta, la del 55.
(Que no fue mal año.)
"Y me resultó igual de grato contemplar a mis hijos como aprehender, por fin, a mis padres: solidaridad de clase, debe de llamarse esa experiencia" (Protactínio)
Bravísimo amigo & family. Son ustedes sanamente radioafectivos.
Felicidades, Don Prota. Hermoso homenaje a los hijos. Bueno, esto está hoy de padre y muy señor mio. Un saludo. Hoy probaré el Camporrales tempranillo 2005 que me recomendó para acompañar la comida y brindar por D. Melò...ya le contaré. Un abrazo.
...y qué rápido crecen! Cuando nació mi tercero, la primera tenía 25 meses y 11 días, y al segundo le faltaban 2 días para cumplir un año. Parece que fue ayer y ya ha pasado algo más de un año... (no voy a especificar más)
Enhorabuena. De las gachas a la paternidad está aumentando mucho el nivel.
¡¡Estamos de enhorabuena!!
¿Cuál es el vino que pega con un dulce melón de secano?
Esta tarde me han sacado una muela (la número 27 según la lista oficial que hay en un cartel que mi dentista tiene allí colgado para solaz de los pacientes).
Luego, me he comprado el Men Expert de L'Oreal que, si lo aconseja Verse que es amigo de peluqueras y esteticiennes, debe de ir bien.
Para celebrar lo de Melò, he comprado Yuntero Airén fermentado en barrica, que le va muy bien al melón de secano, Copias.
Harto de Altoseres (cof, cof) et al., he colgado chez Arcadi la letra de la bonita canción que lleva por título "La de la mochila azul".
Y ahora me estoy tomando un gin&tonic de pepino mientras leo sus comentarios.
(Es el mejor momento de un día duro.)
((Gracias.))
Apunto y brindo.
(Ya va de camino)
Pues me sumo entusiasta a su bello homenaje, Don Protactínio. Como bien dice Selma, nada cabe añadir, salvo 2 detalles: su puro que es una trinchera y una declaración de intenciones, un prólogo libre y no vergonzoso, suelto y no tenso como otros, y las miradas reveladoras de sus hijas: soñadora y concentrada, la mayor; pragmática y vividora, la pequeña.
¿Me atrevo a pedirle que nos regale más niños así?
Enhorabuena, don Protactínio. Con puro y todo, como debe de ser.
Librepensar: ¿conoce usted a mis hijas?
(Porque las ha clavado, en serio.)
D. Prota es usted todo un padrazo, no como otros que son más bien madrazos...además es usted un puro padrazo de los que quedan pocos y con vitola y todo. Probé el Camporrales tempranillo 2005 para comer y me supo a gloria.Un acierto.Gracias.
Me alegro, Cónico.
(Y sí: un poco padrazo ya soy. Es lo que tiene progenitar criaturas a partir de una cierta edad.)
}
Aquí le traigo la tapa de la olla para las próximas gachas.
Acero Mañas
c/ Valladares, 78
Madriz
¡Vive Dios que no, maese!, pero esa ha sido mi impresión. He colgado en el nickjournal un cuentecillo, dedicado a ellas, que lo merecen por expresivas. Se lo digo por si no está en Can Arcadi:
(Historieta dedicada a las niñas de Pa-91: así los de letras no se enteran)
La leyenda del zapatero y los zapatos:
En un tiempo muy antiguo, cuando la gente vivía en pueblos pequeños con plaza grande, el rey Alejandro Magno tenía un pintor muy querido, que se llamaba Apeles, al que le gustaba conocer la opinión de sus vecinos sobre sus cuadros. Para saberla, sacaba sus cuadros cada tarde a la plaza, donde sus paisanos los admiraban y criticaban. Cuando pintó el retrato del rey tuvo mucho cuidado en hacerlo bien, porque ese rey era un gran conquistador y le iba a dar fama y fortuna.
En el retrato el rey aparecía de cuerpo entero, calzando unas sandalias de oro y cuero que eran la envidia de sus súbditos porque decían que tenían poderes mágicos, que hacían volar al rey.
Hasta que pasó un zapatero y se dio cuenta que una sandalia estaba mal pintada y que con ella el rey no podría volar, ni siquiera andar cómodo. El pintor Apeles escuchó la sabia opinión del zapatero y corrigió enseguida la sandalia. Al día siguiente volvió a colgar el cuadro en la plaza y volvió a pasar el zapatero, que dijo: ‘Ahora está perfecto: el rey podrá andar’, pero empezó a criticar otras cosas del cuadro que no conocía: los colores, las figuras, las montañas y el palacio que aparecía.
En eso, se acercó el pintor y le dijo: ¡zapatero a tus zapatos!
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
(Sin moraleja ni asociaciones, es sólo para contar y entretener a los niños)
Ahora entiendo de donde proviene su poesia Protactínio. Y es que con esas dos musas paseando por el parqué de su imaginación, no me extraña que el airén se le transforme en glosa.
Don Prota, sus hijos son enormes.
Llenan todo, todo. Y además en su casa no hay cables por el suelo.
¿Hacen una gachas? Si se empeña...
Gracias, preciosas hijas y precioso homenaje. El Marqués dirá lo que quiera, pero la foto del paraca ya nos la puso tiempo ha.
Ah! c'est la vie! A veces tanto hablar y tal y se nos olvida la vida.
Ahora ya veremos si podemos volver por donde solíamos, que hay que reorganizar el campamento, la cocina y la bodega.
"¡Papá, no fumes!" (Me ha parecido escuchárselo a una de sus hijas, la que está a su izquierda)
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